Me alegro mucho de haber crecido con mis padres y hermanos en una granja. Y nunca olvidaré ese hecho y la alegría de criar cerdos, gallinas, conejos y unos cuantos gansos, perros y gatos con mis padres y hermanos. Por supuesto, no todos los animales eran para el matadero y la comida. Lógicamente, los perros y los gatos eran para nuestro disfrute y también para acariciarlos. Y también estábamos muy contentos de tener cerditos con los que jugar. Luego también vendíamos los cerditos porque mis padres no iban a trabajar como otra gente porque trabajaban en casa en nuestra granja. Teníamos muchas cosas allí.

Y así no teníamos que coger ayudantes ni otros empleados, decían mis padres, y ellos mismos trabajaban allí para ahorrar algo de dinero. Yo también trabajé allí. Y más tarde, cuando me fui a vivir con mi novio a los veinticinco años, me fui a vivir a la ciudad. Era una ciudad grande donde no podía tener tantos animales como en mi pueblo. Y tengo que confesarte que lo echaba mucho de menos y me molestaba mucho.

Y seguía habiendo tanto silencio en aquella casa de la ciudad que era absolutamente desgarrador, y mis pensamientos estaban en casa, en la granja, donde había muchos animales. Así que me dije que tendría que aguantar como mucho un año y volver al pueblo. Por desgracia, mi novio no pudo soportarlo y tuvimos que divorciarnos. Volví al pueblo, donde está mi lugar y mi corazón. Simplemente no puedo vivir sin animales, no me sentiría cómoda sin un animal. Ahora vivo con otro marido en el pueblo, y no está lejos de mi casa natal. Somos muy felices. Al final me casé con mi mejor amigo de entonces y tengo que decir que estamos bien. Quizá se deba a que compartimos las mismas aficiones y también al hecho de que ambos trabajamos en la agricultura, que también es muy ajetreada, sobre todo con los animales. Cada persona tiene una configuración interna diferente.